Dichoso el árbol, que
es apenas sensitivo,
y más la piedra dura
porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más
grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre
que la vida consciente.
Ser y no saber nada,
y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber
sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro
de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida
y por la sombra y por
lo que no conocemos y
apenas sospechamos,
y la carne que tienta
con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda
con sus fúnebres ramos,
y no saber adónde
vamos,
ni de dónde venimos...
Rubén Darío, 1905.